En los últimos años, podemos afirmar que hemos sido testigos en nuestra sociedad de varias transformaciones sustanciales y a las que de forma consciente hemos denominado revoluciones; me estoy refiriendo a las que se han producido en el mundo digital, ecológico o energético. No obstante y, a pesar de ello, casi me atrevo a afirmar que en un alto porcentaje, dentro de cada uno de nosotros hemos venido también sintiendo una necesidad de cambio y transformación más profunda, y digo sintiendo porque la hemos venido viviendo como una experiencia íntima, como un pequeño susurro que se alojaba en el interior de cada persona.
Es en este contexto, como si de una auténtica catarsis se tratara, que se nos presenta de repente esta situación inesperada que estamos viviendo a nivel mundial, con la propagación de un virus, que quién sabe si estaba ya latente, metafóricamente hablando, en nuestra propia existencia.
Lo cierto es que este baño de realidad ha desencadenado un periodo de caos, que a lo poco nos conducirá a una realidad muy compleja y con pocas posibilidades de vuelta atrás. Se nos avecinan tiempos inciertos, aunque quizá necesarios para hacer caer todo lo que hemos creado como máscaras y defensas de las vulnerabilidades tanto personales como sociales.
Podemos decir que se ha abierto una brecha entre el pasado y el futuro, donde posiblemente tengamos que abandonar todo lo que no sirve y dar paso a lo nuevo que pueda surgir. Los relatos de los que se componen la vida, han perdido su dimensión temporal.
En este contexto, el discurso delicado de lo femenino y lo masculino reclama también de su transformación, mejor decir de su deconstrucción. Es el momento de iniciar una limpieza de creencias arraigadas y obsoletas, de dejar atrás todo lo que no es sólido, de desintoxicarnos de los juegos de poderes, de posturas competitivas, conflictivas y enfrentadas entre sexos.
Son momentos de cambios profundos, donde cogerá valor solo lo esencial, lo auténtico, lo que tenga peso y coherencia para crear un nuevo orden. Ni qué decir tiene, que hay una realidad objetiva y absoluta; no hay nada “más creativo” que lo femenino y lo masculino juntos, sin su unión, sin su colaboración no sería posible la nueva vida y, por tanto, nada de lo nuevo.
Esta crisis, a nivel general, puede ser una oportunidad para desarrollar un verdadero proceso de responsabilidad en lo personal y un inicio de madurez en lo social.
Este reto, conllevaría en el tema que nos ocupa, tanto de necesidad de la individuación de la persona en su propio género, hombre o mujer, como de una unión y confianza en lo social entre los dos valores femeninos y masculinos, ambos atributos de lo humano. También sería necesario cuestionar los tradicionales sistemas vigentes paternalistas, puesto que ante esa fuerza que nos empuja a la responsabilidad, no tiene sentido su existencia, puesto que el sistema se situará dentro de nosotros, con el compromiso de hacernos cargo de nuestras vidas y de la calidad de la sociedad en la que vivimos.
En tiempos normales, las reconstrucciones, la confianza erosionada durante años no puede recuperarse de la noche a la mañana, pero en momentos de crisis, de caos, las mentes pueden cambiar con la velocidad de un relámpago. Son momentos en donde se aceleran los procesos históricos, tal vez esta crisis del coronavirus podría ser el punto de inflexión.
En cualquier aspecto de la naturaleza y en cualquier forma de nuestro organismo todo tiene su opuesto. El tema de las polaridades ha constituido la base de la mayoría de las teorías religiosas, filosóficas y psicológicas. La naturaleza dual no es en sí incompatible, al contrario necesita de su integración.
Con esta idea de integración de la naturaleza dual, partimos de la premisa de que femenino y masculino en su sentido más profundo son uno, por lo que solo seremos seres maduros cuando después de haber vivido nuestra separación en el género, consigamos integrar nuestra parte de mujer a través de los valores femeninos, con nuestra parte de hombre a través de los valores masculinos y así consigamos ser seres completos y únicos.
Cuando brota la energía amorosa no hay rivalidad, ni separación, ni alianza, sino aquello que el ser humano necesita compartir, unir, sentir la plenitud y la unidad.
Es momento de empezar a crear la clase de mundo que queremos habitar una vez pasado toda esta tormenta.
Enlace a la publicación Revista Mujer Emprendedora.
María José Villalba
Psicóloga & Coach, especializada en Autoconocimiento, Liderazgo y Procesos de Transformación
Miembro motor del Foro Mas Mujeres