– ¿Cuándo le da a un sintecho un plato de comida o una moneda, ¿qué cree que hace?
– Ayudar, contesta él
– Noooo, cuando le das a un pobre un plato de comida o una moneda le estás haciendo visible, le estás diciendo que existe, responde el hombre.
Cuántas veces pasamos al lado de personas que piden nuestra ayuda, que nos piden una moneda, que nos ofrecen unos pañuelos en un semáforo, que están en la calle sentados esperando a que alguien les eche una moneda, y, cuántas veces les miramos a la cara, les respondemos que no puede ser, que no llevo nada suelto, …; pero sobre todo pensemos en todas esas veces que pasamos de largo evitando tan siquiera mirarlos. Con ello, lo que conseguimos es que sigan siendo invisibles. Pero esta actitud no hace que desaparezcan.
Detrás de cada persona que pide nuestra ayuda, detrás de cada pobre (nos pida o no), detrás de cada extranjero que llega a nuestro país (digo que llega porque para la mayoría España no es la meta, es donde aparecen), detrás de cada rostro hay una historia, una historia invisible.
La dignidad de la persona ¿tiene precio? Probablemente nosotras responderíamos que no, pero para ellos tiene el valor de una moneda.
Este artículo no trata convencer a nadie de que demos una moneda o un plato de comida con todos los pobres que nos encontramos, más bien se trata de que tomemos conciencia de que la mayoría de estas personas no son pobres porque han decidido serlo ni que son invisibles, aunque lo parezcan para nuestros ojos. Por encima de sus situaciones, de sus historias, de cómo han llegado a estas situaciones de pobreza, son, ante todo, PERSONAS.
Desde estas líneas os animo a seguir trabajando para conseguir una sociedad más igualitaria, más justa, más solidaria. Quitémonos la venda que nos ciega y que hace que veamos una realidad de nuestra ciudad, de nuestro país, un tanto sesgada porque mientras haya “invisibles” no habrá plenitud de humanidad.
Susana González Fadrique